martes, 21 de octubre de 2014

Transmiseria (Urbanosis 8)

Sin opciones. Así es como se siente por momentos el bogotano de a pie en este desastre de ciudad en el que se le toca sobrevivir hoy en día. Particularmente en lo que tiene que ver con el decadente "sistema" de transporte público que se convierte nuevamente esta semana en tema obligado de referencia y conversación para aquellos que cuando opinamos ya empezamos a sentirnos como los viejitos que arman conversación sobre cualquier carajada en la fila del banco. Y que quede claro que las comillas alrededor de la palabra sistema las tiene bien merecidas, porque la definición de sistema habla de un conjunto de componentes que relacionados entre sí ordenadamente contribuyen a determinado objetivo. Y en esa vaina hace mucho tiempo que ni hay orden, ni parece haber un objetivo.

En los últimos días nuestro adorable e inteligente remedo de alcalde nos ha regalado uno de sus mejores chistes: el aumento de la tarifa del maravilloso "Transmilleno". A la usanza del sistema mismo, sin planeación alguna, sin que nadie lo esperara, simplemente porque sí (y no de manera previsible, como cuando al comenzar el año uno espera alzas en todo y por todo). El baldado cae sobre todos, pero llama la atención la reacción de un segmento de la población que, no dejando muy claro si el salpicón los dejó perplejos o pendejos, salen a proponer esta perla:


Estos seres se mueven con unos giros bastante particulares. La lucidez de sus propuestas trae a la memoria cierto tufillo "progresista" que se apropia de los espacios a las patadas para hacer en ellos cuanta suciedad se les ocurra: por poner un ejemplo, se adueñan de un patrimonio de todos como la Plaza de Bolívar para convertirla en una cloaca, bajo la excusa de que su deber ciudadano es defender al petardo que eligieron como alcalde, y que ese cagadero transitorio que armaron era un derecho tan suyo como el exigir que les respetaran su equivocado y minoritario voto. Son las acostumbradas propuestas de aquellos que sueñan con una capital cubanizada en la que el alcalde salga a regalar a manos llenas lo que no es suyo, sino de todos los que han (hemos, dice el dicho) trabajado para aportar a su consecución. Son las burradas de los adictos del todo gratis. Pobrecillos, confundidos como viven al igual que ese loco por el que sufragaron años atrás, no atinan a darse cuenta de que el verdadero objetivo de sus protestas debería ser aquel petardo amante de los balcones, que hace dos años los endulzó con una caprichosa rebaja del mismo pasaje que hoy les aumenta. Porque con una mano les da y con la otra les quita, en un movimiento más de su clásico bailoteo... un pasito para adelante, y un pasito para atrás. Porque este ya no es el momento de descrestar calentanos electores, sino de recuperar los afectos de los empresarios. Es el momento de intentar deshacer la cagada de dos años atrás, aumentando una tarifa que no debió haber reducido (y esto no es una defensa del capital privado, sino una cuestión de sentido común que contrasta con los ilusionismos populistas de aquel momento). Y para completar la receta y congraciarse por un rato largo con los empresarios que operan el sistemita (aquellos a los que se suponía que odiaba visceralmente, porque a este señor todo lo privado le parece obra del mismísimo diablo), le clava una cuchillada a la competencia de aquellos proponiendo (e imponiendo) la medida del "pico y placa" para los vehículos de transporte público. Así, a las patadas, cree hacerles un favor a "Transmiseria" y al SITP aumentándoles el flujo de pasajeros... y estos últimos, que se jodan. O que nos jodamos, dice el dicho. A un sistema que hace años dejó de ser funcional y que ya huele a colapso, metámosle más gente que eso ahí caben. Y criticaban a los choferes de los buses tradicionales y su habitual "córranse pa' atrás...". Hij... @#$%!

Pero si algo aprendimos bien en este moridero en la última década, es a polarizar cualquier discusión. Y esta ocasión no podía ser la excepción. Con ustedes, la otra cara de la moneda:
 

No voy a negar que esta segunda cara me atrae más. Al fin y al cabo siempre me he tenido que hacer un nudo en la garganta y contener mis reacciones primarias para no agarrar a patadas a aquellos infelices que mantienen inventando excusas para atenuar su mal hábito de colarse, lo cual técnicamente no es otra cosa que un robo de frente a los que (como idiotas, según ellos) pagamos pasaje guiados por la misma lógica con la que esperamos que se nos pague por nuestro trabajo (palabra esta última que seguramente esos vagos desconocen). Dudo bastante que la manera correcta de "protestar" sea convertirnos todos en pequeños hampones por un día, cobijando de la manera más alcahueta a esos descarados que lo han hecho a diario y que pretenden, aprovechando el desorden que ellos mismos crean con sus brillantes propuestas, sentirse menos transgresores y rebajarnos a los demás a su nivel. Además que no creo que sea por un día, esas mañas llegan para quedarse.

Sin embargo, el segundo cartel no deja del todo un buen sabor. Carga un leve aroma de argumento descabellado, como de alguien que pretende defender al sistema desde adentro, pero endosándole las fallas que no han sido capaces de controlar a los actores que las coprotagonizan. Porque se nos invita a aceptar "indefinidamente" cualquier aumento futuro, bajo la premisa de que todo se soluciona pagando más por menos y pateando no sólo a los colados (ladrones en pequeña escala, repito) sino a todo aquel que se haya visto abocado a invadir el sistemita por la disminución forzada de aquellas chatarras de buses que antes fueron su lugar de "trabajo". A diario vemos cómo se han desplazado a las latas de sardinas articuladas ciertas subespecies como aquellos pseudo-cantantes, esa plaga urbana que no respeta conversación, sueño ni tranquilidad ajena cuando se apoderan a las malas del espectro sonoro al interior del bus con sus malditos parlantes y sus "líricas". Y para algunos no es coincidencia que este "boom" del mercado de la lástima al interior de ese transporte que prometía ser diferente se presente justamente ahora, en la era de la "Bogotá cubana". Dice este segundo cartel que el alza es culpa de aquellos "pasajeros imprevistos". Sí y no, porque vuelve y juega, tanto la permisividad frente a la proliferación de estos males como el chistecito del aumento vienen del mismo lado. El viejo truco del mafioso de la película, que llena de inseguridad el barrio mientras ofrece a sus habitantes su "protección" a cambio de un billetico.

Para finalizar: la propuesta más sana, ni revoltosa ni sumisa, no hace gala de diseños ni clama ser compartida, simplemente recurre al sentido común. Si un servicio no me gusta, sencillamente no lo utilizo y hasta donde me sea posible busco otros medios. Pero los que se meten a las malas, al final demuestran (a lo gamín, claro está) que sí lo necesitan, y que valoran tan poco su mugrosa vida que están dispuestos a arriesgarla haciendo monerías para ahorrarse $1800 (y no por el discurso barato de que pobrecitos, que no los tienen, sino porque es más "cool" gastárselos en vicios). Harían la misma estupidez aunque el pasaje fuera a $50, o incluso gratis. Lo importante es transgredir, ufanarse de ser un icono de la incultura. Surge una inocente pregunta: estos "valientes" que se atraviesan entre los buses y le pelean al que sea con tal de viajar gratis... ¿dónde estaban cuando el intento de hacer lo mismo en un bus tradicional, aseguraba ganarse la rifa de un crucetazo del conductor?

Triste es reconocer que cada vez hay menos alternativas. No todos podemos adoptar (aunque quisiéramos) la bibicleta como medio de transporte habitual, por diversas razones. Los que han podido se han metido en uno o dos carros para gastar su tiempo y su dinero en trancones y parqueaderos en una ciudad que nunca tendrá vías suficientes para tanto cacharro. Y los que han buscado una solución más modesta mantienen a todos los demás conductores aterrorizados al no saber en qué momento resultan llevándose por delante una motocicleta por cuenta del imprudente que la maneja.

Se termina esta nota de manera tan súbita como las cagadas del alcalde, y tal como empezó: Sin opciones...