sábado, 8 de octubre de 2011

Ensuci-arte (1)


En Porcinópolis se ve de todo. El pasado 19 de Agosto, una noche de viernes, fue noticia la muerte de un adolescente a manos de un agente de la policía en hechos un tanto confusos y sobre los cuales el papel de los medios, de los alcahuetas de la víctima (familiares y amigos) y de las autoridades sólo ha logrado confundir a la opinión. Los alcahuetas clamaban "justicia" en nombre de quien según ellos era una mansa palomita dedicada a pintar gatitos en cuanta pared privada o pública encontrara a su paso. Las autoridades manejaron una versión cada vez más retorcida según la cual el difunto y sus acompañantes habrían estado involucrados en un asalto contra un vehículo de servicio público esa misma noche. Declaraciones del lado de los alcahuetas enlodaban un poco al que pretendían mostrar como alma pura al dejar en evidencia que según su versión de lo ocurrido esa noche llevaban alrededor de cuatro horas dañando paredes en un trayecto de más de 40 calles mientras ingerían alcohol (siendo menores de edad), siempre atentos a no ser pillados por la policía (admitiendo así que sabían que estaban incurriendo en conductas que son consideradas como contravenciones en el código de policía). Del lado de la autoridad las cosas no eran mejores, pues al intentar agregar detalles que sustentaran la versión del agente que disparó lo único que lograban era matizarla cada vez más como un montaje para encubrir una falta.

En esta ocasión mi amigo el puma y yo nos ponemos de parte de una palabra que no gusta: intolerancia. No gusta, porque se le asocia negativamente con las reacciones que tiene la gente ante algún estímulo también negativo, pero aislándolas de su contexto, intentando invalidarlas mientras que sin razón se legitima el derecho del causante a hacer lo que le da la gana. En esa onda de satanización de la defensa propia vemos ejemplos por montones: El vecino desconsiderado (y de mal gusto) cree que tiene el derecho a elevar el volumen de lo que considera música, violando mi derecho fundamental a descansar en mi casa. Pero si salgo de mi papel de víctima pasiva y reacciono, arriesgándome incluso a ganarme una golpiza o un balazo por retar al "traqueto" interior de aquel sujeto, al final cualquier cosa que pase será (supuestamente) culpa mía por "intolerante". Lo mismo ocurrirá si el hijo del vecino viene y se orina en el jardín o lo agarra de escondite para drogarse... en caso de reclamo, el hijueputa es uno. Si un ñero wannabe consiguió para ponerle a su carro un sonido ensordecedor y creerse pandillero gringo mientras escucha su basura, se atribuye el derecho a pasearse por el barrio y no dejarnos dormir, pero si le reclamamos un poco de silencio somos unos malditos intolerantes. Y por supuesto, en esta gran moda de justificación de las malas conductas entran esos mal llamados "artistas", esas dulces palomitas que creen que todas las paredes de la ciudad son de su propiedad y que pueden hacer en ellas lo que les venga en gana. Mientras tanto, que se cuiden los verdaderos dueños, porque si los llegan a pillar y salen a reclamar pueden resultar golpeados, heridos, o muertos a manos de esas dulces palomitas, y todo por ser "intolerantes" y no permitirles seguir con sus mamarrachos o sus extravagantes letreros que no dicen absolutamente nada, más allá de representar la marcación de territorio de unos desadaptados que no respetan la propiedad ajena, creyéndose amparados por el ejercicio de su "libre desarrollo de la personalidad".

A una altura como la de las vallas que se muestran en las dos fotos anteriores, esas obras de "arte" nos hacen pensar más en un pandillero drogado arriesgando la vida mientras marca territorio que en un "artista callejero". Un maldito letrero incomprensible, que sólo tiene significado para quien se esconde bajo ese "alias", no tiene nada de arte y sí mucho de contaminación visual, pasando como ya se dijo por la evidente invasión a la propiedad, hecha por un habilidoso saltatapias. Aquí tienen más ejemplos de la galería callejera de estos hampones:





















Como se puede apreciar, toda pared desprotegida se convierte en potencial papel para los delincuentes, y que conste que esta no es una acusación formulada por quien escribe, sino una declaración anticipada que ellos mismos han plasmado en un muro, la cual debería ser tomada en cuenta para la próxima vez que alguno de estos sujetos sea pillado en flagrancia, de manera que al haber claridad sobre la condición delincuencial del ejecutado detenido no quede ninguna duda de que cualquier "intolerante" que obre en su contra lo habrá hecho en defensa y beneficio de la comunidad, que es finalmente la que debe pagar por los destrozos de estos antisociales.