sábado, 10 de abril de 2010

Trashville (Urbanosis 3)

Dentro de la gran masa intangible de la llamada cultura popular, hay por ahí una sentencia que afirma que "el papel aguanta todo". (Si no lo creen, pregúntenle al papel higiénico). No tengo idea de cuándo ni dónde se acuñó dicha frase, pero lo que sí tengo claro es que los tiempos han cambiado. Hoy por hoy, siendo testigo de toda la catástrofe ecológica causada por la prepotente indiferencia de la especie humana, esa frase me suena bastante canalla. Es la aprobación sin justificación de todo lo malo y lo inútil que se ha hecho con el producto de la explotación de innumerables bosques. Y dentro de lo inútil se ubica el ejemplo de hoy.

Se presentó una mañana como cualquiera entre semana, un día de esos agitados en los que uno va presuroso dando largos pasos al compás de cortas reflexiones. Ya había logrado superar la asfixiante "comodidad" de nuestro envidiable sistema de transporte público, ese que dizque nos cambió la vida al acomodar nueve parroquianos por metro cuadrado. Eso significaba también que ya había perdido quizá una hora u hora y media en un viaje que supuestamente duraría de 20 a 25 minutos. Ya había pasado invicto la prueba con la que todos los días el mercado de la lástima intenta romper la indiferencia de mi amigo el puma en cada puente peatonal que cruza (esta vez, cuatro veces en el mismo puente). Ahora venía la tercera prueba de esta olimpiada cotidiana, la veloz caminata de obstáculos, esquivando a aquella multitud de lentos para los que parece que el tiempo no transcurre con la misma velocidad. Se entiende por qué muchos de ellos son cafeinómanos desde que llegan a sus oficinas ("Rosita, ¿me regala un tintico?"), ya que cuando van por la calle parecen dormidos. Pero debo bajar mi velocidad, porque esta vez hay un elemento extraño en el paisaje.

Abundantes manchas rojas comienzan a aparecer sobre los andenes, una tras otra. Llegan a la mente imágenes mezcladas... cierto deporte en el que los participantes son capaces de asesinar al contrario de una patada en la cara por un balón... cierto evento que se presenta cada cuatro años, siendo la máxima expresión del supuesto deporte aquel... un señor mayorcito de peculiar peluca, que antes jugaba a eso mismo y ahora se la pasa comiendo papas fritas... un operador de televisión por cable que está ávido de nuevos clientes, y decide contratar una publicidad en la que entre otros figura el señor mayorcito, pero esta vez hablando del eventico aquel y no de las papas fritas... y un periódico de circulación gratuita que se reparte todas las mañanas a los transeuntes madrugadores en las principales vías de este cochinero de ciudad, el cual ha incluido aquella mañana un volante con la publicidad de aquel operador de televisión que contrató al viejito de las papas fritas para que dijera que a través de dicho operador él va a ver todos los partidos (a los que ya no puede ir) del eventico aquel en el que se van a romper la madre por un balón.

El resultado: porcicultura urbana, o en otras palabras, comprobar qué tanto se puede empeorar esta pocilga, esta porqueriza de ciudad, en la que al parecer a la mayoría de los habitantes les gusta revolcarse en su suciedad. La primera foto habla por mí, describiendo una de las manchitas rojas que ya mencioné. Como esa había cualquier cantidad, ubicadas en el andén, en plena calle, sobre las zonas verdes, enredadas en las rejas, en cualquier parte, menos en donde deberían estar: el lugar correcto para la basura, que es el ilustrado en la segunda foto. Y lo más triste es que lugares como esos, llamados canecas, de los cuales parece que sólo unos cuantos iluminados tenemos conocimiento, había en abundancia sobre aquella vía: una cada 50 pasos, aproximadamente. Así es que no se entiende por qué al porcino urbano promedio le cuesta tanto trabajo esperar a encontrarse con la siguiente caneca para hacer lo correcto.

Y por supuesto, me rehuso a entender por qué en esta época en la que hay tantas formas inteligentes de promover cualquier cosa, estos señores recurren a lo qué más daño ambiental y basura produce, como lo fueron esos volantes que, según lo visto, a la gran mayoría del público le importaron un carajo. Sí, señores: a mí, su bendito mundial de fútbol y en general lo que tenga que ver con ese jueguito me importan un c... omino.