sábado, 5 de diciembre de 2015

Con su música a otra parte




Para mi siguiente truco, necesito un antro. Tarea fácil, no es sino andar un poco por los alrededores del barrio y uno encuentra que en esta ciudad de nadie es fácil que cualquier malp***** decida un día que para lo único que sirve es para emborrachar idiotas y entonces opte por "colocar" una chichería. Si el iguazo se cree fino hasta se atreve a ponerle un aviso que diga "bar". Y si es un avivato al que la ley y el orden le importan una mierda, entonces le denomina "club".

Pues bien, todas estas opciones se facilitan aún más cuando las autoridades que supuestamente deberían evitar que tales cosas sucedan, se hacen las de la vista gorda o por el contrario ayudan a que sigan ocurriendo. Por omisión o por acción, no sabremos a ciencia cierta cuántos casos se deben a cada una (pues seguramente todo lo que ha pasado "por debajo" está bien tapadito)... pero los resultados están ahí, a la vista (y al olfato, y al oído) de todos los vecinos afectados. Porque los sinvergüenzas de este ejemplo y muchos otros de su misma calaña han invadido lo que en otros tiempos fue un barrio decente, tranquilo y residencial.

En la primera imagen (que no muestra sólo uno, sino tres antros en dos predios) se puede apreciar cómo efectivamente a un costado aún queda lo que por su aspecto parece seguir siendo una vivienda, aunque queda difícil imaginar cómo alguien puede todavía vivir allí dadas las dimensiones del ruido que producen estos “controvertidos empresarios”. Al otro lado y bajo uno de estos lupanares sobrevive un negocio decente, una heladería.

Lo de la heladería no tiene misterio, es algo que perfectamente podía pasar hace décadas y nadie lo iba a controvertir ya que salir a antojarse de un helado de diez bolas era (y sigue siendo) uno de los placeres zanahorios favoritos de muchos en cualquier tarde de domingo. Lo preocupante es lo del otro lado. No es difícil imaginar la encrucijada en la que se ha de encontrar el propietario, así como muchos en la misma zona. El ruido, el desaseo, la inseguridad, la intranquilidad y tantos otros males que atraen a su alrededor estos cuestionables locales, hacen que cualquiera piense en huir de allí y no volver jamás. Esto da para pensar en una nueva categoría de desplazamiento forzoso en la que habitantes de toda una vida se vean obligados a salir de sus casas y dejarlo todo en busca de un poco de tranquilidad, de recuperar al menos el básico derecho a descansar.

Pero ante tal perspectiva el camino lógico de vender ha de ser un dolor de cabeza, pues nadie cuyo plan sea adquirir vivienda va a querer semejantes vecinos. Así las cosas, los únicos clientes potenciales han de ser esos mismos pícaros que van convirtiendo a los cada vez menos propietarios que quedan en los forasteros del que hasta hace poco era su barrio. Llegan, presionan, compran quién sabe a qué precio, demuelen, aparecen con una misteriosa licencia de construcción que bajo el genérico uso de “servicios” oculta la verdadera destinación del predio, y en pocos meses ya es demasiado tarde.

Pero algo raro tuvo que haber pasado recientemente, algo que para quien escribe estas líneas por ahora es un misterio. Algo que hizo que el lobo sacara su disfraz de oveja, como lo muestra la última imagen, una vista en detalle de la primera. Alguien debe haberse cansado de tanto desorden. De tanto ruido, de tanto vicio, de tanta riña callejera alrededor de estos bulines. Alguien debió haber tomado alguna iniciativa. De otra manera el lobo no se habría disfrazado. No tendría necesidad de hacerlo, si siguiera creyendo (como lo ha hecho hasta ahora) que toda la comarca está feliz con su carnaval...

...Que a todos les gusta el retumbar de ventanas y paredes hasta altas horas de la madrugada, que esos compases graves que les hacen vibrar el piso les ayudan a sincronizar el sueño. Que esa bulla a la que él y sus enajenados clientes llaman música les fascina a todos allí afuera por igual. Que “generar empleo” es poner a un par de guaches a la entrada y pagarles a destajo por estarse ahí parados unas cuantas horas insistiéndole a los transeúntes para que entren a su guarida, mientras que “de una forma sana y honrada” unas cuantas ombligonas a medio desvestir disimulan el asco mientras por encargo simulan coquetearle a los pendejos que ya cayeron para que ilusamente les hagan el gasto y así dejen en caja hasta el último centavo que traen encima. Que los hijos de puta que recientemente han vuelto costumbre parquearse en plena vía con sus lobísimos “sonidos sobre ruedas” a complementar el ruido de los lupanares son bienvenidos a la hora que les plazca. Que a todos los vecinos les pica la morbosa curiosidad y pasan la noche entera en sus ventanas con las palomitas de maíz listas a la espera de la próxima película protagonizada por los gamines que, ebrios y drogados, salen a darse en la jeta en las aceras luego de que los dueños de los antros los sacan de allí para que el muerto o el herido no sea responsabilidad del “emprendedor” que lo emborrachó. Que es un placer salir en las mañanas a respirar el hedor que dejan los orines (y otras gracias) de esos malnacidos que creen que todo el vecindario del antro que frecuentan es el baño al que tienen derecho (pero inexplicablemente no usan) cuando están allá adentro.


Insisto… alguien debe haberse cansado, y ya era hora de que ocurriera. Ojalá trascienda y no se quede nada más en la pataleta de este lobo disfrazado. Ojalá ese alguien logre hacer entender a alcaldías, curadurías urbanas y en general a todos aquellos que se han hecho los locos con la regulación de estas actividades, que el derecho a lo que esos cafres llaman “trabajo” termina donde inicia el básico e inalienable derecho de los habitantes a disfrutar de la tranquilidad en sus propias casas. Que estos antros que en general traen más perjuicios que beneficios no son precisamente la forma más lícita de emprendimiento, por lo que no es admisible ese lloriqueo sobre el derecho al trabajo. No en vano el aviso de la entrada disimuladamente insinúa que eso es un “club”… aquella modalidad con la que desde hace años una cantidad de “chochales” se han pasado por encima de las normas para mantener abierto el desorden hasta la hora que les da la gana. 

Sí, claro… muy lícitos… lágrimas de cocodrilo, dicen por ahí. Llantos de lobo con piel de oveja. Hasta la próxima.

POSTDATA: En otra caminata pude comprobar que el llanto no era de un solo lobo, sino de muchos de ellos... idénticos carteles colgados afuera de "honestísimos" negocios con algo en común: TODOS eran chicherías. Llevado por la curiosidad terminé esculcando por ahí y me encontré esta belleza: http://www.bogota.gov.co/article/localidades/puente-aranda/en-puente-aranda-se-cerraron-27-bares-de-la-calle-octava-sur. :)

sábado, 24 de octubre de 2015

Tamales calientes

Y sí señores, otra vez nos encontramos en víspera de elecciones. Gozando de una agradable ley seca que obligó a los borrachos de todas las noches a callarse el hocico y encerrarse en sus covachas a pasar el trago amargo de no poder pasar sus cotidianos tragos de "amarga", mientras dejan dormir a la gente decente.
Esta ocasión ha tenido bastante resonancia en el caso de Bogotá pues se asume como un momento vital para la ciudad, en el cual se juega la opción de seguir entre el mugre o intentar recuperar esa ciudad capital que a comienzos de siglo alcanzaba a generar alguito de orgullo. No lo dice quien escribe esta nota, lo dicen los hechos, lo dicen las imágenes...


El espacio público ha adquirido a lo largo de los últimos doce años su cara más miserable: llena de suciedad, de abandono, de inseguridad, de contaminación visual, y carente por completo de cultura ciudadana, uno de los pilares fundamentales que hacían soportable a Bogotá en medio de sus inherentes problemas. Una ciudad avergonzada por cuenta de los grafitis de cuanta pandilla quiere manifestar su "arte" firmando una pared que no le pertenece, del desborde de las ventas ambulantes que no dejan espacio para transitar, de la transgresión continua de las normas por parte de todos esos amantes del populismo de los últimos alcaldes que quieren tener acceso y derecho a todo a cambio de nada.

Aún habitan en la memoria las imágenes de esos fanáticos del todo gratis colmando la plaza de Bolívar en defensa de su líder... colmándola con su presencia, con su ruido, con su basura y con su mierda. Porque para ellos así es como debe ser, y si el alcalde está con ellos, pues ni modos de llevarles la contraria (a riesgo de ganarse una puñalada en nombre de la Bogotá "humana").

Pero en medio de toda esa tragedia surge un espacio para el humor, gracias precisamente a la estupidez de algunos especímenes de esos. Para la muestra, aquel coherente vecino que el año anterior engalanaba su ventana con un colorido cartelucho en el que decía apoyar a Petro (anagrama de torpe, qué casual), y desde hace algunas semanas ahora en la misma ventana y en la baranda de la terraza hace alarde de apoyar a los candidatos de... ah carajo, ¡los del otro lado! ¿No dizque este señor era partidario de la izmierda? ¿En dónde quedaron aquellas épocas de salir luciendo camisetas del Polo Demagógico? Vaya metamorfosis...


No sabremos de qué precio era el tamal que logró semejante cambio de opinión. Tampoco sabremos si el cartel del año anterior era al igual que este fruto de un plato de lechona y no de una real convicción "zoocialista". Lo que sí produce risa es que alguien pueda un día decir que apoya al alcalde de turno, y escucharlo en conversaciones de panadería defendiendo semejante desastre de gestión... y meses después verlo colgando pancartas en las que se señala que tenemos que recuperar a Bogotá. ¿Recuperarla de qué? ¿Acaso, señor, no era usted de los que decía que así estábamos divinamente?. Lo tenaz es saber que a las urnas van a asistir millares de especímenes como este.

Por supuesto que esta es la oportunidad que esperan los políticos de siempre, y como siempre, habrá que barajar muy bien las opciones en busca de los candidatos que representen el menor peligro para esta ciudad sin rumbo. Solamente queda esperar a que este domingo no ocurra una catástrofe de proporciones similares a la de hace cuatro años, cuando un puñado de idiotas populistas que no representaban más del 10% de la población resultaron eligiendo al petardo que hoy todavía es el alcalde de Bogotá. Para entender cómo sucedió tal cosa, me despido por hoy recomendándoles ver el siguiente enlace:



martes, 21 de octubre de 2014

Transmiseria (Urbanosis 8)

Sin opciones. Así es como se siente por momentos el bogotano de a pie en este desastre de ciudad en el que se le toca sobrevivir hoy en día. Particularmente en lo que tiene que ver con el decadente "sistema" de transporte público que se convierte nuevamente esta semana en tema obligado de referencia y conversación para aquellos que cuando opinamos ya empezamos a sentirnos como los viejitos que arman conversación sobre cualquier carajada en la fila del banco. Y que quede claro que las comillas alrededor de la palabra sistema las tiene bien merecidas, porque la definición de sistema habla de un conjunto de componentes que relacionados entre sí ordenadamente contribuyen a determinado objetivo. Y en esa vaina hace mucho tiempo que ni hay orden, ni parece haber un objetivo.

En los últimos días nuestro adorable e inteligente remedo de alcalde nos ha regalado uno de sus mejores chistes: el aumento de la tarifa del maravilloso "Transmilleno". A la usanza del sistema mismo, sin planeación alguna, sin que nadie lo esperara, simplemente porque sí (y no de manera previsible, como cuando al comenzar el año uno espera alzas en todo y por todo). El baldado cae sobre todos, pero llama la atención la reacción de un segmento de la población que, no dejando muy claro si el salpicón los dejó perplejos o pendejos, salen a proponer esta perla:


Estos seres se mueven con unos giros bastante particulares. La lucidez de sus propuestas trae a la memoria cierto tufillo "progresista" que se apropia de los espacios a las patadas para hacer en ellos cuanta suciedad se les ocurra: por poner un ejemplo, se adueñan de un patrimonio de todos como la Plaza de Bolívar para convertirla en una cloaca, bajo la excusa de que su deber ciudadano es defender al petardo que eligieron como alcalde, y que ese cagadero transitorio que armaron era un derecho tan suyo como el exigir que les respetaran su equivocado y minoritario voto. Son las acostumbradas propuestas de aquellos que sueñan con una capital cubanizada en la que el alcalde salga a regalar a manos llenas lo que no es suyo, sino de todos los que han (hemos, dice el dicho) trabajado para aportar a su consecución. Son las burradas de los adictos del todo gratis. Pobrecillos, confundidos como viven al igual que ese loco por el que sufragaron años atrás, no atinan a darse cuenta de que el verdadero objetivo de sus protestas debería ser aquel petardo amante de los balcones, que hace dos años los endulzó con una caprichosa rebaja del mismo pasaje que hoy les aumenta. Porque con una mano les da y con la otra les quita, en un movimiento más de su clásico bailoteo... un pasito para adelante, y un pasito para atrás. Porque este ya no es el momento de descrestar calentanos electores, sino de recuperar los afectos de los empresarios. Es el momento de intentar deshacer la cagada de dos años atrás, aumentando una tarifa que no debió haber reducido (y esto no es una defensa del capital privado, sino una cuestión de sentido común que contrasta con los ilusionismos populistas de aquel momento). Y para completar la receta y congraciarse por un rato largo con los empresarios que operan el sistemita (aquellos a los que se suponía que odiaba visceralmente, porque a este señor todo lo privado le parece obra del mismísimo diablo), le clava una cuchillada a la competencia de aquellos proponiendo (e imponiendo) la medida del "pico y placa" para los vehículos de transporte público. Así, a las patadas, cree hacerles un favor a "Transmiseria" y al SITP aumentándoles el flujo de pasajeros... y estos últimos, que se jodan. O que nos jodamos, dice el dicho. A un sistema que hace años dejó de ser funcional y que ya huele a colapso, metámosle más gente que eso ahí caben. Y criticaban a los choferes de los buses tradicionales y su habitual "córranse pa' atrás...". Hij... @#$%!

Pero si algo aprendimos bien en este moridero en la última década, es a polarizar cualquier discusión. Y esta ocasión no podía ser la excepción. Con ustedes, la otra cara de la moneda:
 

No voy a negar que esta segunda cara me atrae más. Al fin y al cabo siempre me he tenido que hacer un nudo en la garganta y contener mis reacciones primarias para no agarrar a patadas a aquellos infelices que mantienen inventando excusas para atenuar su mal hábito de colarse, lo cual técnicamente no es otra cosa que un robo de frente a los que (como idiotas, según ellos) pagamos pasaje guiados por la misma lógica con la que esperamos que se nos pague por nuestro trabajo (palabra esta última que seguramente esos vagos desconocen). Dudo bastante que la manera correcta de "protestar" sea convertirnos todos en pequeños hampones por un día, cobijando de la manera más alcahueta a esos descarados que lo han hecho a diario y que pretenden, aprovechando el desorden que ellos mismos crean con sus brillantes propuestas, sentirse menos transgresores y rebajarnos a los demás a su nivel. Además que no creo que sea por un día, esas mañas llegan para quedarse.

Sin embargo, el segundo cartel no deja del todo un buen sabor. Carga un leve aroma de argumento descabellado, como de alguien que pretende defender al sistema desde adentro, pero endosándole las fallas que no han sido capaces de controlar a los actores que las coprotagonizan. Porque se nos invita a aceptar "indefinidamente" cualquier aumento futuro, bajo la premisa de que todo se soluciona pagando más por menos y pateando no sólo a los colados (ladrones en pequeña escala, repito) sino a todo aquel que se haya visto abocado a invadir el sistemita por la disminución forzada de aquellas chatarras de buses que antes fueron su lugar de "trabajo". A diario vemos cómo se han desplazado a las latas de sardinas articuladas ciertas subespecies como aquellos pseudo-cantantes, esa plaga urbana que no respeta conversación, sueño ni tranquilidad ajena cuando se apoderan a las malas del espectro sonoro al interior del bus con sus malditos parlantes y sus "líricas". Y para algunos no es coincidencia que este "boom" del mercado de la lástima al interior de ese transporte que prometía ser diferente se presente justamente ahora, en la era de la "Bogotá cubana". Dice este segundo cartel que el alza es culpa de aquellos "pasajeros imprevistos". Sí y no, porque vuelve y juega, tanto la permisividad frente a la proliferación de estos males como el chistecito del aumento vienen del mismo lado. El viejo truco del mafioso de la película, que llena de inseguridad el barrio mientras ofrece a sus habitantes su "protección" a cambio de un billetico.

Para finalizar: la propuesta más sana, ni revoltosa ni sumisa, no hace gala de diseños ni clama ser compartida, simplemente recurre al sentido común. Si un servicio no me gusta, sencillamente no lo utilizo y hasta donde me sea posible busco otros medios. Pero los que se meten a las malas, al final demuestran (a lo gamín, claro está) que sí lo necesitan, y que valoran tan poco su mugrosa vida que están dispuestos a arriesgarla haciendo monerías para ahorrarse $1800 (y no por el discurso barato de que pobrecitos, que no los tienen, sino porque es más "cool" gastárselos en vicios). Harían la misma estupidez aunque el pasaje fuera a $50, o incluso gratis. Lo importante es transgredir, ufanarse de ser un icono de la incultura. Surge una inocente pregunta: estos "valientes" que se atraviesan entre los buses y le pelean al que sea con tal de viajar gratis... ¿dónde estaban cuando el intento de hacer lo mismo en un bus tradicional, aseguraba ganarse la rifa de un crucetazo del conductor?

Triste es reconocer que cada vez hay menos alternativas. No todos podemos adoptar (aunque quisiéramos) la bibicleta como medio de transporte habitual, por diversas razones. Los que han podido se han metido en uno o dos carros para gastar su tiempo y su dinero en trancones y parqueaderos en una ciudad que nunca tendrá vías suficientes para tanto cacharro. Y los que han buscado una solución más modesta mantienen a todos los demás conductores aterrorizados al no saber en qué momento resultan llevándose por delante una motocicleta por cuenta del imprudente que la maneja.

Se termina esta nota de manera tan súbita como las cagadas del alcalde, y tal como empezó: Sin opciones...

lunes, 30 de septiembre de 2013

Worst place to work

Si al ver el título de esta súbita entrada usted, sorprendido lector, sospecha que lo decantado al final de las próximas líneas será un gran manchón pesimista en su lindo día, es porque usted, como dicen ahora, "es de los míos" y sabe bien a lo que vino. Si no sabe / no responde, no se sienta mal, mejor acomódese y aliste su paciencia porque eso indica que es uno de los (escasos) nuevos lectores, siéntese y siéntase bienvenido.

¿Qué me trae de vuelta por acá? Un respiro en las labores de los últimos días mezclado con una ligera desazón, debida en parte a la situación expresada hoy por una persona joven cuya vida laboral obedece aparentemente a un patrón cíclico que me recuerda al movimiento del yo-yo, o a las gráficas de las funciones trigonométricas, en particular aquellas que oscilan entre el -1 y el +1. La curva de esta función presenta cuatro puntos característicos: 
  • mínimo: ¡Qué desesperación, no consigo trabajo! 
  • 0 ascendente: ¡Qué alegría, apareció una oportunidad de trabajo!
  • máximo: ¡Qué desesperación, estoy harto(a) de este trabajo!
  • 0 descendente: ¡Qué alegría, ya no volveré a ese @#$%&! trabajo!
  • ... (reinicio del ciclo) ... 
La primera vez, uno podría pensar que el problema es la persona, que tal vez es muy joven para entender cómo funcionan algunas cosas en este moridero en el que nos tocó vivir. Más tarde una fibra sensible se deja llevar por el afecto, traiciona al discernimiento y quiere concluir que el problema es la empresa, porque claro, es proverbialmente sabido por todos que para ser un jefe promedio hay que ser una mierda. La segunda vez, la cosa tiende a quedar en el empate... no puede ser que todas las empresas en ese medio sean así / no puede ser que a ella siempre le pase lo mismo...
Las siguientes veces ya dejan un mal sabor de boca, porque a medida que la muestra estadística crece se va revelando la tendencia y ésta no es muy halagadora. Pero no nos digamos mentiras... esto no le pasa a una sola persona. Nos pasa o nos ha pasado a muchos. ¿Por qué? Porque este hueco se lleva de lejos una medalla dorada grabada con letras bien grandes que traducen exactamente el título de este desahogo: el peor lugar para trabajar.

El caso al que me he estado refiriendo es tan solo uno entre miles, tal vez millones. En su burbuja esta persona asume que el problema es de falta de oportunidades para los jóvenes, pues es lo que percibe en su entorno cercano, en su específica combinación de edad / profesión. Pero la verdad es otra mucho más amplia, y entre sus muchos rasgos cuenta con uno que ella tímidamente ha comenzado a sospechar: que las verdaderas oportunidades son contadas y ya tienen dueños. (De aquí en adelante corro el riesgo de parecer reiterativo, porque habrá líneas que se crucen con cosas que ya se han escrito en este espacio). ¿Quiénes son los dueños de esas oportunidades? Los mismos de siempre: los dueños de los capitales, y por supuesto, sus allegados. Por las rendijas de la corteza de aquellos inmaculados árboles genealógicos logra treparse uno que otro lagarto que se alimenta de las influencias que puede llegar a tener en las ramas de éstos. Algunos pájaros serán diestros en el arte de trastear su nido de árbol en árbol. Y abajo, en la tierra, se quedan las laboriosas hormigas, base de la dieta de esa fauna que habita en las ramas de los atractivos árboles. Para ellas sólo está reservado el dudoso beneficio de recoger las sobras, las hojas que ya no sirven en las frondosas ramas. Si logran subir a alguna no será para mantenerse allí por mucho tiempo, pues su destino es volver a bajar con lo poco que de allá arriba hayan podido obtener.

Esta cochinada de mercado laboral se nutre de la necesidad creciente de un hormiguero cada vez mayor en número, al cual se le hipnotiza permanentemente con falsas ideas sobre la importancia del "capital (fórmico) humano" para convencerlo de que aportándole más hormigas al sistema hará que su recompensa sea mejor. Nada más falso. La tajada para el hormiguero siempre será la misma, y entre más hormigas haya más insignificante será el mordisco que le toque a cada una. Se inventan programas "sociales", prometen subsidios al que mejor emule el ritmo reproductivo de los conejos, montan cortinas de humo sobre el mejoramiento de la educación y de las condiciones de empleo... y cuando las hormigas se acercan a tan dulce tentación comienzan los problemas. Que lo mejor es una hormiga bien joven pero con bastante estudio y experiencia... pero no se sabe en dónde ni con qué tiempo la habrán de adquirir, primero porque para cumplir con el perfil tuvieron que pasársela estudiando, y segundo, porque siempre se cae en el círculo de "para trabajar necesito experiencia, pero para adquirir experiencia necesito trabajar". Ahora, si la hormiga tiene la experiencia, por algún lado se le encontrará el defecto: o ya no es tan joven, o su aspiración salarial es muy alta, o está "sobreperfilado"... o cualquier razón estúpida que solo desaparece cuando la hormiga está tan necesitada de un trabajo que se "regala" dispuesta a firmar lo que el empresario quiera y por los centavos que sean.

En resumen, un panorama de mierda: Si uno tiene menos de 30 años, tiene las puertas abiertas pero por no tener muchas cosas claras se va a aburrir fácil. Si tiene más de 30, está por encima de lo que la empresa necesita y no le quieren hacer el daño de subutilizarlo porque se puede estar perdiendo de una oportunidad mejor... "no nos llame, nosotros le llamamos". Si tiene más de 35, es laboralmente un anciano decrépito, muy viejo para postularse a un trabajo pero muy joven para pedir la pensión. Hoy este moridero está compuesto en buena parte por un ejército de "ancianos" que rondan los 40 años sin tener posibilidades de mantenerse dignamente en un empleo formal, independientemente de su formación académica, colgados con fuerza de alguna rama del árbol aquel mientras ven con desespero que desde abajo se acercan centenares de ávidas hormigas jóvenes dispuestas a comerse esa misma hoja antes de que a ellas les llegue la hora de caer. Así que... bella hormiguita... no te quejes tanto y aprovecha mientras aún te quedan fuerzas para morder las hojas, y si puedes, tráeme un bocadito. Y si tienes alitas, aprovéchalas. Quedarse abajo a recoger las hojas marchitas no es un buen plan.

sábado, 14 de julio de 2012

Hamelín (Urbanosis 7)

Jodidos, esa es la palabra. Siempre que se piensa en Bogotá, la "apenas" suramericana, se aparece como la más adecuada para describir cómo estamos en general: JODIDOS. Los que tienen el poder hacen fiesta con los dineros de la ciudad cuando se trata de contratar sus fabulosas obras. Dichas obras van de la mano con "geniales ideas" que en realidad sólo aportan al detrimento de la calidad de vida de los ciudadanos, aumentando el estrés del diario vivir. Los muros en todos lados muestran una ciudad capital convertida en un chiquero visual, en un único y desagradable mamarracho por cuenta de la competencia entre bandas de viciosos desocupados que no respetan la propiedad y que se autodenominan artistas urbanos.

Esta sería Bogotá en una cita con el doctor:
—¿Sufre de pobrezamendicidad y delincuencia en todos los rincones? —Sí, señor...
—¿Siente que eso le pasa porque hay demasiada gente? —Sí, señor...
—¿Será que esas vainas pasan porque hay cierta gente que se beneficia? —Definitivamente sí, señor...

Pero ya basta de retrospectivas y vamos al grano. Hoy el empute nos reúne con mi amigo el puma, no para quedarnos escribiendo sobre los recuerdos, sino para expresar indignación. No por todos los goles que nos han metido en silencio los que mandan, ni por la pared del vecindario que algún hijueputa vino a rayar en la madrugada o con la complicidad pusilánime de algún vecino. Esta vez es por el rumbo que han tomado esos males de los que siempre se echa la culpa en el discurso humanista a la pobreza, a la falta de educación y de oportunidades, y todo ese bla bla bla del que se habla cada vez que alguien de abajo la caga. Por cierto, no deja de causarnos curiosidad cómo se explican entonces las cagadas (en una proporción mucho mayor) de los de arriba: riqueza (codicia, siempre querer más y más), exceso de educación y de oportunidades (el conocer de cerca las triquiñuelas propias de los dueños del poder y del capital)... en fin...


Y es que esa ralea que desde los púlpitos convence a los menos favorecidos de que lo más indicado para congraciarse con el imaginario libretista que todo lo puede es llenarse de hijos, los tiene y nos tiene hundidos con la mierda hasta el cuello, porque con los niveles tan altos de desocupación ya se llegó a un punto en el que muchos dejaron de lado la mendicidad o el "rebusque" y comenzaron a subir la apuesta. Ya se pasó al siguiente nivel y al parecer no hay reversa mientras las autoridades (entiéndase alcaldes y de ahí para arriba) no se ajusten los pantalones y comiencen a tomar decisiones firmes que protejan a la poca gente decente que queda. Al parecer no quedan muchos caminos para superar esta situación. Ya no estamos hablando de niños pidiendo monedas afuera de los templos, o anticipando prematuramente su entrada al mercado "laboral" al vender chicles en un semáforo.


Estamos frente a un problema más grave que los de las bandas delincuenciales mostradas en los dos videos anteriores. Ya los menores no están cumpliendo solamente el papel de mercancía o de distractor, sino que han pasado a formar parte activa del problema de inseguridad creciente que nos aqueja, conformando sus propias bandas. Hace algunos meses se supo del caso de un par de menores (con edades alrededor de los 8 años) que escogían a víctimas al azar en el transporte público, con el único fin de agredirlas con navaja sin otro móvil aparente (no hubo robo ni amenaza, simplemente lesión personal). Este hecho fue visto por muchos como algún tipo de práctica o entrenamiento. Los pusilánimes del discurso humanista se rasgan las vestiduras cubriendo a los pequeños hampones con el manto de su complacencia mientras gritan sus letanías acerca de la educación y la rehabilitación de los menores, bla bla bla..., pero al parecer lo único que están haciendo las instituciones creadas con tales fines es servirles como punto de reunión con los que ya van en el siguiente nivel, en una cadena interminable de "especialización" en el "oficio" de optar por la vía fácil, jodiendo y despojando de toda pertenencia a los que trabajamos para subsistir, sin importar si en el proceso hay que poner en juego la integridad o incluso la vida del "cliente". Si alguien se niega a creerlo o vive en una burbuja creyendo que no pasa nada, que vea lo siguiente:


En síntesis, esa frase de cajón a la que se recurre siempre que sale a la luz alguna vaina de estas, eso de que "ya tocamos fondo", nunca será cierta. Y no porque pretendamos ser optimistas y decir que estamos en el cielo, sino porque en este país de mierda siempre habrá algunos dispuestos a que la indignación ciudadana por la última acción escandalosa pueda ser opacada por otra aún peor.

El remate de esta nota es un llamado a que piensen si al ver cosas como esta última, no tenemos algo de razón los que preferimos las acciones radicales ante ratas como las vistas en estos videos: castración para que no pueda repetirse la historia, es una de ellas. Amputación de miembros y marcación en la frente para que todo el mundo sepa con qué clase de ralea se está metiendo, es otra. Y por favor, ya no más con ese cuentico barato de la "defensa de la vida", que por no permitir o forzar la planificación (y por qué no, el aborto) por parte de estos crápulas, es que cada vez más nos están invadiendo y acabando de arruinar la precaria calidad de vida que nuestros ilustres gobernantes ya se han encargado de reducir.

Buenas noches.

viernes, 24 de febrero de 2012

Arruin-arte

¿Colección de autógrafos de ñeros?
La copa está rebosada nuevamente con la cantidad de imágenes "artísticas" que he tenido que ver en lo que va del año. Estupor causó en mi amigo el puma la noticia de que se podría imponer una pena de hasta 40 años de prisión al policía implicado en el incidente maluco aquel del parásito grafitero al que fumigaron en el norte de la ciudad, tema al cual ya se hizo referencia en uno de nuestros capítulos anteriores. En ese orden de ideas la percepción para un ciudadano de bien viene a ser la misma de siempre: si al infractor lo agarran al día siguiente lo sueltan sin que nada le cueste la "gracia" que hizo, sin embargo, si el que reacciona no cuenta con suerte y pasa algo más allá de lo "admisible", el hampón resulta protegido por todas las garantías y el jodido es aquel que intentó recuperar el equilibrio de la situación.

¿Qué carajos dice ahí?
Como en tantas situaciones que se presentan en esta zoociedad importaculista, el problema es de los demás hasta cuando le toca a uno. Y no me refiero a que uno no sienta nada por el grafitero hasta que uno sea el que ande en esas. Esa posibilidad no se contempla entre gente de bien. Me refiero a la ligereza, a la laxitud con que  parte de la opinión pública se vuelca en contra del agente del orden, en contra de la autoridad que se supone está para velar por los intereses de esa zoociedad desagradecida que le apuesta como en pelea de gallos al que vaya ganando el caso sin medir las consecuencias.

Las desventajas de la casa esquinera
Me pregunto si con esa misma ligereza opinarían cuando el cáncer del mamarracho urbano, la plaga arruinadora de fachadas, esa caterva de insurrectos que no respetan la propiedad pública ni la privada, se fueran acercando con sus adefesios a su localidad... a su barrio... a su cuadra... a su calle... a la fachada del vecino y, finalmente, a la suya propia: "¡Donde yo hubiera visto a ese hijueputa dañándome la pared, lo acabo!". No se mienta y no me mienta, señor lector. Esta sería su reacción, no nos hagamos ahora los santos. Pero como no ha sido su fachada, ni la del vecino, ni siquiera han pasado por su calle, por eso está tan tranquilo, ¿no es así?. Yo supongo que sí. Y al nuevo alcalde sólo se le ocurre desarmar a la población civil (de bien), pero a estos hampones nada les hace.

Nuevo concepto en señales de tránsito
Semanas atrás leí que en la alcaldía se puso a alguien a trabajar en el tema, pasando por la discusión de siempre sobre la posibilidad de destinar algunas zonas (paredes) al ejercicio controlado de "tan noble arte", hecho al que los forajidos de siempre respondieron con dos piedras en cada mano argumentando que ellos podían hacer lo que les diera la gana en cualquier sitio de la ciudad. Y es que en verdad esa plaga anda alborotada desde que pasó lo que pasó en agosto.
Así que, para hacerle entrar en calor y que se vaya haciendo a la idea de cómo se verán las paredes de su barrio si no se hace algo serio al respecto de este problemita, le dejo con una nueva galería de estos "pobres artistas incomprendidos". Y si llego a ver a alguno en acción, educadamente le pediré que me deje su business card para ponerles en contacto por si necesitan alguna "mejora locativa" de esas que tan bien saben hacer, en favor de la valorización de los predios elegidos y de sus "afortunados" dueños. Mientras tanto, que no le pase a usted. Buenas noches.

NANFREDO

Otra del mismo gamín que se tiró la señal
Claro, seguro le darán un buen precio con esa cagada en el frente
Lavado, cambio de aceite, polichado y @#$%&!
Entre esto y mierda, poca diferencia
No, pues qué ternurita...
Y dale con los rayones sin sentido...
El colmo: según el dueño le "pidieron permiso".
Nótese el dominio del inglés: "foking"...
Al pobre dueño de esta esquinera, dudo que tantos hampones le hayan pedido permiso.
Veremos qué sucede cuando pinte la fachada de nuevo.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Transmitomanía (Urbanosis 6)

Escarbando en el archivo de fotobombas pude comprobar con mi amigo el puma que había bastantes como para "secar" el tema del adorable Transmilenio (mencionado levemente en la entrada anterior), ese "maravilloso sistema" de transporte público que supuestamente (por lo menos en la imaginación del diablo que nos lo impuso, el siniestro Enrique Peñalosa) iba a ser el orgullo de Porcinópolis.


Anteriormente mostré imágenes recientes que evidencian el triste destino que puede llegar a sufrir la única avenida decente con que contaba la ciudad, como desenlace de una pésima gestión que ya se veía venir desde hace casi tres años. Estamos cada vez más próximos a la entrada en funcionamiento de aquel atropello, y entonces comenzará la cuenta para saber si los contratistas que lo ejecutaron fueron tan ineptos o tan ladrones como los del ilustre Enriquito.
Pero esta vez no se hablará de las vías, por las cuales siempre se echará la culpa al distrito para intentar atenuar la responsabilidad de los operadores del sistema a la hora de buscar causas para las fallas en el servicio. En esta ocasión el tema son los dolores de cabeza cotidianos de quienes se ven obligados a utilizar el sistemita de pacotilla. El emotivo comercial enlazado tras el primer párrafo no fue el único pajazo mental al que se sometió a la ciudadanía. Vean este otro:


Demos un repaso a las palabritas mágicas usadas por el supuesto transeúnte bogotano:

Convivencia: Ciertamente Transmilenio maneja un concepto bastante particular de esta palabra. En efecto, por la densidad de pasajeros por metro cuadrado de superficie éstos se ven obligados a convivir a un nivel de intimidad tal que no se lograría ni siquiera durmiendo juntos en "cucharita". Para la muestra, un botón.

Seguridad: Cualquiera se come ese cuento cuando la única toma que muestra con nitidez al bus de perfil enfocando las ventanas y no las latas, deja ver del otro lado que el bus va casi desocupado, y en primer plano a un par de actrices cagadas de risa sin nadie que les ponga sus "partes nobles" en el hombro o en la cara mientras lucha por no caerse.

Tiempo: Si alguien me viniera ahorita con el cuento de que Madonna es virgen, tendría más credibilidad que el sentido que le pretenden dar a esta palabra para referirse a Transmilenio. Se suponía que íbamos a ganar tiempo, pero ocurre exactamente lo contrario. A mi amigo el puma le consta que en su anterior trabajo, utilizar el servicio en cuestión para intentar llegar a tiempo nunca fue buena idea. Para un viaje que en el transporte "convencional" demoraba alrededor de 40 minutos, Transmilenio prometía demorarse solo 20. Hasta ahí, parece una maravilla, pero el problema es que para poder abordar la maldita ruta que le servía llegó a perder 45 minutos o más, triplicando el tiempo prometido, y casi duplicando el que gastaba antes. Y comienzan los cuestionamientos: ¿Por qué no volver entonces a las viejas rutas? Fácil, porque estos señores las hicieron retirar de las vías por donde ellos pasan. Ahora bien, si fuera viable con los cambios de clima y cómodo para el desempeño del resto del día, mi amigo se iría en bicicleta todos los días, pues ya tenía claro que podía hacer el viaje en un tiempo parecido al que estaba acostumbrado. ¿Otras alternativas? "Mmm... ni que fuera el dueño de la empresa para andar a todas horas en taxi", me respondió. Creo firmemente que este punto, el factor tiempo, fue el que disparó el uso del vehículo particular en la ciudad. Ante el absurdo intento de restringir dicho uso con medidas como el "pico y placa", los pudientes respondieron con la adquisición de un segundo vehículo para hacerle conejo al problema, y los que no podían aspirar a tanto se decidieron a arriesgarse montándose en una motocicleta, todo con tal de no perder el trabajo por una discusión con algún jefe idiota que se negara a entender que este maravilloso sistema de transporte público es enemigo de la puntualidad.

Cultura: Justo antes de oir esa palabra, aparece alguien cómodamente sentado leyendo. La persona que modeló para esa toma debe ser la única que pudo alguna vez leer una línea completa en un miserable bus de Transmilenio. Con la vibración de dichos vehículos, sumada al tradicional (y pésimo) estado de la troncal con la que se inauguró el sistema, a la chambonada de los conductores y a la comodidad con la que uno viaja (aludida ya en el tema de convivencia) dicha escena pasará a formar parte de mi antología personal de escenas de ficción. Por otra parte, cultura no es precisamente lo que se respira en un entorno en donde en primer lugar, parece que el jabón y el desodorante fueran artículos de lujo reservados para el estrato 6. Tampoco creo que sea un reflejo de cultura la obligatoria transgresión a supuestas reglas de uso como el no pararse en las franjas amarillas junto a las puertas, el dejar salir primero dizque para ingresar más fácilmente al bus, o el no incomodar a los demás pasajeros (algo que no tienen claro los h.d.p. que sacan sus celulares sin audífonos y obligan a todos a su alrededor a escuchar la misma basura que ellos).

Un amigo que nos cambió la vida: Como dicen por ahí, con esos amigos, ¿para qué enemigos?. Claro que nos cambió la vida, nos volvió más infelices, más amargados, nos dio más razones para comenzar el día con una pésima actitud, nos ha robado tiempo que podíamos utilizar en otras actividades más productivas o placenteras para destinarlo al diario viacrucis de esperar el "feliz instante" en el que uno pueda empacarse en un cacharro de esos para ser transportado como salchicha.

Y como si fuera poco el mal logrado optimismo, lo juntan con el lema pendejo del banco que les alcahueteó el comercial: "porque todo puede ser mejor...". Pues claro, en efecto, decir que todo puede ser mejor es reconocer de alguna manera que todo está mal.
De las fotobombas prometidas en el primer párrafo, me ocuparé en próximas entradas. Por ahora les dejo con una peculiar versión de la imagen de nuestro "amigo", fruto de la inspiración de algún anónimo ciudadano que expresó su inconformidad en el costado de uno de aquellos adorables buses, la cual no puedo negar que me sacó una efímera sonrisa.