sábado, 27 de marzo de 2010

Duerme... (Urbanosis 2)

Desde hace mucho los pocos que me rodean, comenzando por mi amigo el puma, saben que ciertas palabras cursis, melosas o babosas me inspiran un fastidio proporcional al placer que le producen a la gran mayoría del resto de los mortales. Palabrejas de esas que mucha gente adorna con figuritas cardioides, estrellitas, nubecitas y pajaritos, a mí me sacan de quicio. Pero hay algunas que casi nunca la gente normal pensaría en usar, y son precisamente esas las que para mí guardan un extraño encanto. Hoy rindo honores a una de ellas:


Éranse una vez un barrio relativamente tranquilo, y una cuadra relativamente silenciosa. Hallábanse los dos ubicados en un sector "ni muy muy, ni tan tan" de cierta ciudad capital de cierto remedo de país en el que supuestamente "la gente no se vara", lo que tácitamente implica que hay una creciente cantidad de varados pujando todo el tiempo por dejar de serlo. Algunos en formas dignas, otros no tanto. El contexto que iba cambiando con el paso de los años dictaminó que después de cierto tiempo a la gente no se le diera trabajo porque el mercado laboral los envejece a todos prematuramente. Como la gente de aquel entorno no se vara, comenzó a presentarse el fenómeno del propietario de inmueble con espacio suficiente para poner un "negocito". Tienda de abarrotes, pequeña ferretería, papelería, miscelánea, peluquería, pizzería y/o comidas rápidas, son algunos de los más comunes. Listo, comprendido, cada quien necesita hallar la manera de que no le falte el pan. Sin embargo...

Érase una vez una de aquellas propietarias que un mal día cedió al cansancio y ante la necesidad del dinero soltó su "local casero" en malas manos. A la línea de negocio que allí surgió se le conoce como "cigarrería", lo que inmediatamente conecta con "licorería". Y ahí comenzó el caos. Ni más se supo de silencio en las noches. Ni más se supo de aseo en la cuadra. La "música" de mal gusto, los ebrios vociferantes, las peleas de madrugada, las palabrotas, las botellas rotas en calles, antejardines y andenes, los malos olores asociados a las necesidades (no previstas, pero previsibles) de los borrachos, satisfechas callejeramente... una explosiva mezcla acabó con la tranquilidad y el sueño de la gente decente que quedaba alrededor. Porque lógicamente, si el antro tenía clientela era porque ya el barrio no era tan tranquilo, tan decente y silencioso... un poquito más "muy muy" y menos "tan tan", por desgracia.

Hasta que un día, hace poco más de dos semanas, algo cambió o alguien se cansó de no actuar. Y entonces, surgió la palabra de la fotografía, y la gente de bien tuvo un pequeño respiro. Razones para lo ocurrido, se me ocurren varias. Algunos pensaron que se trató de alguna infracción a la ley seca que se impuso (como siempre) dos noches antes de las más recientes elecciones. Pero eso no fue, me consta porque el sello ya estaba cuando el horario de la norma comenzó. Quizá le soltaron trago a algún alcohólico en la mañana, antes de la hora permitida. Tal vez el vecino de la casa que queda en frente, aburrido de las peleas en su puerta, tomó cartas en el asunto. O quién sabe, de pronto alguien se apegó a las normas y decidió acabar con la farsa del aviso que decía "Restaurante" para camuflar la "chichería". O la última opción, quizá se denunció la ampliación "hechiza" del local que, haciendo uso incorrecto del área de antejardín de otro predio, daba cabida a más borrachos, más ruido y más problemas.

Lo que haya sido, logró que al menos por estas dos semanas mi amigo el puma entendiera el encanto subyacente de esas palabras que no se ven todos los días. Qué ocurrirá de aquí en adelante, aún no lo sabe. Pero está un poquito preocupado desde anoche, cuando vio que el sello ya había sido retirado. Por si acaso, ya está pensando en alertar a las autoridades sobre ciertos excesos de las tiendas de víveres que tienden a convertirse en la competencia del antro de perdición de la fotografía. Amanecerá y veremos si pudo dormir.

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